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Por qué permite dios todo esto

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El mundo en el que vivimos está, sin lugar a duda, regido por leyes. Bien tomamos en cuenta las cambiantes leyes humanas sabiendo que trae desventajas ignorarlas. Por otro lado, casi no nos preocupamos por las inmutables leyes de la Creación, pero nos quejamos cuando estas nos causan inconvenientes.

Richard Steinpach (1917-1992) sabe cómo dar al lector una visión lógica del origen y significado del sufrimiento humano. Cuando tenemos en mente no solo el fugaz presente, sino también el propósito de nuestro camino se hace evidente "por qué Dios permite todo esto".

De 1978 a 1991, el autor viajó por los países de habla alemana e impartió conferencias bien acogidas tratando temas esenciales de la vida. Este libro surgió en base de una de aquellas conferencias.

Durante los últimos años he dado en muchas ciudades una conferencia titulada: «Por qué vivimos después de la muerte y qué sentido tiene la vida». En el desarrollo de esta conferencia hablé también brevemente acerca del destino, y en una ocasión, después de haber terminado mi exposición, se acercó un joven muy preocupado y me dijo: «¡Usted habla del destino! ¿Qué le puede decir entonces a esta niña?» Y señaló a una criatura joven y bonita, sentada en una silla de ruedas, tal vez paralítica a consecuencia de un accidente.

En efecto, ¿qué se puede realmente decir en un caso así? Aquí no bastan un par de dichos baratos. Esta pregunta exige un estudio exhaustivo de asociaciones supuestamente imposibles de investigar, pues no se refiere solamente a este caso en especial. De una u otra manera miles de personas se plantean esta pregunta todos los días, ya que detrás de esto se halla un miedo que es ancestral en el hombre: el temor de estar a la merced de un azar ciego, de un acto arbitrario inexplicable que evoca en nosotros, cuando un suceso del destino interviene en nuestra vida, la siguiente pregunta: ¿Por qué precisamente él, ella o yo?

Esto se extiende también más allá de lo personal. ¿Por qué afectan a veces las catástrofes a grupos de personas? ¿Por qué tienen que vivir pueblos enteros padeciendo hambre, en la miseria, sin libertad física o espiritual? Una y otra vez se escucha la pregunta: ¿Por qué?

Esto lleva finalmente hacia la pregunta decisiva: Si en verdad existe Dios, ¿cómo puede Él, de quien se afirma que nos ama y que es justo, permitir todo esto?

¿Acaso no se puede encontrar respuesta a esta pregunta en vista de los acontecimientos espantosos que ocurren a diario en este mundo? Sin embargo, si mi intención es dar una respuesta, lo hago simplemente porque hace unos treinta años tuve la suerte de conocer el libro «En la Luz de la Verdad», Mensaje del Grial de Abd-ru-shin. Esta obra contiene la respuesta a ésta y a todas nuestras preguntas, explicando nuestra existencia dentro de la Creación. Esto nos permite ver los acontecimientos en una dimensión diferente a la que estamos acostumbrados.

Con el conocimiento que brinda este libro, fue para mí realmente estremecedor escuchar en Austria a un importante representante de una comunidad religiosa, cuando al preguntarle un periodista su opinión respecto a las catástrofes, la gente que muere de hambre, las matanzas o el sufrimiento de los refugiados políticos, contestó de la siguiente manera: «Ahí dudo a veces de la Justicia de Dios».

Si incluso aquellos que deberían darnos claridad y esperanza se encuentran en la incertidumbre, si también ellos están desconcertados ante los sucesos actuales, es que entonces algo ha salido mal. O nos han dado una imagen errónea de Dios, un Dios que carece de Amor y Justicia, o tenemos un concepto falso de Él.

Y así es. Pues, ¿qué sabemos nosotros acerca de la Justicia?, ¿qué sabemos acerca del Amor? ¿No deberíamos tener estos conceptos muy claros si queremos tomarlos como norma?

Nosotros consideramos como justo, que lo bueno reciba recompensa y lo malo castigo. Exigimos reconocer la relación de causa y efecto. Cuando no la encontramos nos parece el suceso injusto, y sin poder clasificarlo, queda separado de lo demás y carece así de toda comprensión.

¿Y cuál es el concepto que tenemos del Amor? Amor - libre de todo egoísmo - significa para nosotros hacer el bien a nuestro prójimo. Pero esto inevitablemente nos conduce a plantearnos nuevas preguntas; pues, ¿qué es lo bueno? Justo en este punto divergen las opiniones considerablemente.

Dos frases tomadas de la obra antes mencionada, señalan la razón por la cual surgen preguntas como las que nos hemos planteado al principio: Allí leemos:

«El Amor Divino sólo actúa en aquello que puede ser de utilidad para todo espíritu humano, y no en lo que le causa alegría en la Tierra y le parece agradable. El Amor Divino va mucho más lejos por cuanto que domina la existencia en­tera.-»

Como pueden ver, se trata aquí en primer lugar del espíritu humano. Pero, ¿qué sabemos en general acerca del espíritu? ¿Qué sabemos acerca de lo que le es útil? Y ¿qué sabemos acerca de la totalidad de nuestra esencia? ¿Pueden Uds. contestar con certeza a estas preguntas? Si tienen que negarlo, entonces encontramos en este mismo hecho el origen de nuestro equivocado modo de ver las cosas. Pues en esta ignorancia se encuentra la raíz de nuestra falta de comprensión.

No cabe duda de que para mucha gente el espíritu permanece como algo indefinido, que se confunde con nuestro intelecto y cuya existencia incluso es cuestionada. Sin embargo, es él, y nadie más que él, el verdadero yo de cada ser humano, lo único vivo en nosotros. El cuerpo terrestre no es para el espíritu más que una envoltura adaptada a la naturaleza de esta Tierra, que le permite vivir y manifestarse en ella. Mas lo que nos ocurra en el curso de nuestra existencia estará relacionado con nuestro espíritu, surgirá de él y se referirá a él.

Para poder formarnos un criterio de lo que le es útil a este espíritu, deberíamos conocer el sentido de nuestra existencia, pues ser útil significa trabajar para un objetivo, para una finalidad que es el desarrollo del espíritu humano. Es él quien tiene que tratar de comprender cada vez mejor las Leyes de la Creación, lo cual significa que debe tomar consciencia de las aptitudes que reposan en su interior. Para conseguirlo, el ser humano necesita tener experiencias, las cuales, por su naturaleza, sólo las podrá hacer en un principio en este mundo te­rrenal de materialidad densa, pues todo aprendizaje válido tiene que empezar por la base. El célebre etólogo Konrad Lorenz expresó esto de una manera muy acertada. Según él, nosotros seríamos «el eslabón que hace falta entre el mono y el hombre». Nosotros no hemos desarrollado nuestras facultades humanas - precisamente aquellas del espíritu - más que en una ínfima proporción. Somos, por tanto, apenas «seres en evolución». El Mensaje del Grial nos explica por qué esto es así y por qué no hemos sido creados perfectos desde un principio, pero entrar aquí en detalles nos tomaría mucho tiempo. Ustedes mismos podrán darse cuenta de que lo que explica el Mensaje del Grial, al afirmar que llevamos dentro un «germen espiritual» en vías de desarrollo, corresponde perfectamente con el punto de vista de la ciencia.

Mientras tanto, en lugar de reconocer que estamos aquí para sacar provecho de las experiencias, para recuperar lo perdido y aprender cada vez más, pensamos que nuestra estancia se limita a llevar una vida agradable. Lo que no corresponde a esta idea lo consideramos como algo incompatible con el Amor Divino, pues creemos que ese Amor nos debe garantizar una vida agradable.

Pero nuestra actual vida aquí en la Tierra es solamente una etapa muy pequeña dentro de toda nuestra existencia... ¡Y todo está orientado únicamente a su favor! Una vez terminado nuestro «aprendizaje» la vida misma nos conducirá de regreso a nuestro hogar espiritual, a fin de que, apartados por siempre de la materia efímera y dotados de conocimiento podamos participar con alegría, eternamente, en el movimiento de la Creación. Pero lo que nos impide tomar consciencia de asociaciones que se encuentran más allá de lo que momentáneamente alcanzamos a comprender, reside en la falta de conocimiento de nuestra verdadera razón de vivir. ¡Reconozcamos pues este absurdo! : No sabemos lo que ocurrió antes y lo que vendrá después, pero para poder hablar de «Justicia» seguimos insistiendo obstinadamente, en que la relación de causa y efecto debe manifestarse dentro del lapso de tiempo de nuestra existencia actual que podemos ver.

Con fundada razón nos dice al respecto el Mensaje del Grial:

«Es una falta capital de muchos hombres, juzgar las cosas sólo bajo su aspecto terrenal y ponerse a sí mismos como centro de todo, así como también, no tener en cuenta más que una vida terrenal, cuando en realidad, ya han dejado varias tras de sí. Éstas, al igual que los períodos intermedios vividos en la materialidad etérea, han de considerarse como una exis­tencia única, a través de la cual los hilos están fuertemente tensados, sin discontinuidad ni ruptura. Es por ello que, a través de las repercusiones que se producen a lo largo de una existencia terrenal determinada, no puede apreciarse más que una pequeña parte de tales hilos.»

La reencarnación es una necesidad dentro de nuestro proceso evolutivo, que sirve del mismo modo que los sucesivos cursos de la escuela, para continuar nuestra formación o para repasar lo aún no comprendido. Este conocimiento es ya muy antiguo y constituye, para una gran parte de la humanidad, la base de sus creencias. Era conocido también en los tiempos de Jesús, como podemos observar en el Nuevo Testamento. Ya en anteriores conferencias he ex­puesto el motivo que llevó a que en el año 553 desapareciera de la doctrina cristiana toda referencia respecto a la reencarnación. Por ser de importancia lo menciono aquí de nuevo. Fue una medida exclusivamente política, tomada por el Emperador Justiniano. La Iglesia, en aquél entonces relativamente joven y dependiente, estaba subordinada a él. A partir de aquí la Iglesia ya no pudo - ni puede actualmente - modificar esto sin perder credibilidad.

Más Información
ISBN 978-84-88351-14-3
Autor Richard Steinpach
Abmessungen 15 x 21 cm
Sprache Español